Eso sí, como podréis intuir de los vendedores no nos libramos. Las cuatro horas de espera se me hicieron eternas. Adam y Susana decidieron sentarse en la plaza (lo más bonito del pueblo con diferencia) y yo les encasqueté vilmente la mochila (pobrecitos, les dejé dos horas cuidando de ella y no se quejaron nada nada) y me dediqué a dar vueltas por allí, a conectarme a internet desde un ciber para leer las noticias (y escribir una minientrada), a tomar alguna cervecilla. Luego de vuelta a la plaza a sentarme con Adam y Susana. A esas alturas ya estaba bastante cansado (mentalmente) de oír/intentar hablar inglés todo el rato, y sólo pensaba: no me habléis, no me habléis, que no tengo ganas de pensar.
Al cabo de un rato decidimos que lo mismo nos daba estar sentados allí que en la estación de tren, así que pa'llá que nos fuimos (el camino es fácil, sólo hay que seguir la vía del tren). Estratégicamente situado, justo al lado de la estación de trenes (total, to dios tiene que pasar por allí ya que es la única forma de llegar) se encuentra un macromercado de artesanía, con lo cual la espera se hace más llevadera viendo los ochocientos puestos (así, calculados a ojo, que seguramente me quede corto). Cuando estamos a punto de subir al tren !sorpresa!: aparece Peter, que no ha conseguido otra forma de ir a Cuzco y ha aprovechado la espera para hacer la colada en una de las laundries del pueblo (ya habréis intuido que allí hay de todo para el viajero).
El tren en si mismo no está nada mal. Al subir tienes que dar tu nombre para que te tachen de la lista (como en la entrada vip de los pubs :-) ) y una vez dentro te dan tu bebida (no alcohólica, los borrachuzos que quieran cerveza la tienen que pagar) y tus cacahuetes y todo. En cuanto a puntualidad ... ya es otra cosa. A la pregunta de cuando llegaremos la respuesta de la "azafata del tren" (sí sí, hay azafatas como las de los aviones) fue, textualmente: "llegaremos a las 8 .... o a las 9". Sí señora, eso es precisión. Al final llegamos a Ollantaytambo a las 8. Ollantaytambo .... uffff, una locura. Nosotros teníamos contratada la furgo de vuelta con lo cual se supone que había alguien esperando con el tipico cartelito con nuestros nombres. Y efectivamente, allí estaba, él y quinientos más que tratan de convencerte por todos los medios de que te vayas con ellos. Y por todos los medios quiere decir eso, por todos los medios, hasta el punto de que cuando ya habíamos localizado a nuestro chofer un tío estúpido que nos había seguido diciendo que nos llevaba por no se cuanto, que sólo le faltaban cuatro personas para llenar el bus y salir ... agarró a Adam por el brazo con intención de llevárselo y de que el resto le siguiéramos. Al tío imbécil le daba igual que le dijéramos que ya teníamos transporte, que ya estaba pagado, que nos dejara por favor ... Al final es que me sacó de mis casillas (y de verdad de verdad que eso es muy difícil) y acabé mandándole a la mierda (textualmente) y llamándole de todo. Triste, pero es la única forma de que te dejen en paz, porque aquello es una marabunta de gente a la caza del guiri.
El viaje hasta Cuzco se hace eterno. Estás cansado, aburrido, es de noche, la carretera es bastante mala ... pero lo peor de todo es que parece ser que el conductor sólo tenía un cd. Y lo puso una vez. Y otra. Y otra. Y otra más. Cinco horas escuchando las mismas 10 canciones. Casi que acabas deseando que el autobús se despeñe (que a lo mejor duele, pero por lo menos no tienes que escuchar más a esta tía). Qué cansina. Finalmente, tras cuatro días, cuarenta kilómetros andando y muuuuchos más en autobús y tren, a la una de la mañana llegamos a Cuzco y se terminó la aventura del camino inca (oooooh).
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